martes, 14 de junio de 2011

La Iglesia que yo amo

La Iglesia que yo amo

"...porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos..."



Hoy encontré y leí un  poema del recordado Cardenal Raúl Silva Henríquez llamado “La Iglesia que yo amo”, e inevitablemente me acordé de la Iglesia de mi infancia, la que yo conocí, la de la María Mediadora de Villa Sur.  Era la Iglesia del club de ancianos "Los Lolos de Ayer", donde participaba la Mamy Luisa, cuando sus reuniones de cada martes eran sagradas y no atendía ni a las visitas, la de las salas de madera, donde el frío se colaba inclemente en invierno.  La de la preciosa imagen de Cristo de madera, así como la de la Virgen María a la derecha del altar, la de ladrillos desnudos, de bancas de fierro y madera, el campanario de fierro, de ventanas romboides, de ruido de palomas y de las estaciones del Vía Crucis en el cielo.  Ahí me bautizaron, cuando aún era Capilla, ahí velamos a los viejitos, ahí quise casarme. mucho tiempo después.

Hoy, mirando en retrospectiva, siento que nunca me alejé tanto, a pesar de lo lejos que me sentía, siempre la Iglesia estuvo ahí, cerca y cercana.  Siempre estuvo ahí, en el mismo lugar, al lado del jardín infantil y de la fábrica de muebles.  Los domingos, además se escuchaba lo que pasaba en la cancha de al lado.  La Iglesia doméstica, de las oraciones desesperadas por la salud de la Luchita, de la familia, reunida en una casa humilde de una población.  La del pasaje Aurelio, y de todos los pasajes donde habían conocidos.  La de hermanos en la Fe, que incluso eran de otros credos, como el vecino evangélico que nos acompañaba cuando la Mamy estaba enferma. 

La Iglesia que conocí era de hermanos, de familias, de trabajadores.  No podría recordar todos los nombres de las personas que me eran familiares en aquel tiempo, sólo por citar estaría la Sra. Irmita que era costurera.  Era la Iglesia cotidiana, la que describe el Cardenal en su poema, la de compartir con el vecino, la de los amigos, la Iglesia que se da por completo sin tener nada que dar.

Yo encontraba bonita la María Mediadora, con su jardinera del centro, la casa parroquial y el salón donde para los 18 se hacía una fonda, el mismo donde, para mi primera comunión, nos hicieron un rico y esforzado desayuno de leche con chocolate.  No era alta, no era imponente, más bien era humilde, no se veía a la distancia como otros templos, los muros exteriores siempre estaban rayados, las rejas oxidadas, pero era bonita, era una casa muy acogedora.

Recuerdo haber vivido muchos Rosarios, sin entender mucho de que se trataban, varios meses de María rezados en la casa, muchas Misas dominicales de todo tipo, de esas de donde mi Mamy Luisa se devolvía tarde a la casa (Hoy la entiendo, a mi me pasa lo mismo), las navideñas, que terminaban retarde y por las que recién podíamos cenar apurados para abrir los regalos a las 12.  Lo que siempre fue motivo de enojo.  Recuerdo las ferias de las pulgas que se ponían los domingos, después de Misa para que las pastorales juntaran fondos.  Esos quequitos mañaneros eran deliciosos.    Mi Mamy me llevaba los 14 a Santa Gemita en Av. Suecia en Ñuñoa y otras veces al Santuario de Lourdes en Matucana, que se complementaba con un paseíto a la Quinta Normal.

La Iglesia chilena con la que crecí era una Iglesia de mártires, una Iglesia perseguida, donde muchos curas eran considerados peligrosos por defender la vida, el mismo Raúl Silva Henríquez como líder de la Iglesia chilena, la misma de André Jarlan y Pierre Dubois.  La Iglesia de las poblaciones, donde los movimientos católicos se mezclaban con los movimientos obreros, donde los curas se movían en bicicletas,  Iglesia de gente trabajadora, de la revista "Solidaridad", palabra que en mi niñez no alcanzaba a descubrir su dimensión y me hacía gracia lo complicada que era.  En esa época Alberto Hurtado aún era el Padre Hurtado, y su santuario era más bien pobre, ahí en General Velásquez.  En ese entonces, la palabra Vicaría era peligrosa, mis años de infancia eran los años de la dictadura, años oscuros, de muerte y tortura, de cesantía extrema, del PEM y del POJH, y la Iglesia que conocí era de curas valientes, que protegían a los perseguidos, que acogían a los que sufrían, que ayudaba en la clandestinidad.  Era también la Iglesia de la Teología de la Liberación, de próceres como Rafael Maroto, de monjas obreras sin hábito, de curas de jeans, comprometidos con sus comunidades hasta dar la vida, la Iglesia de "curas rojos".  Muchos podrán decir que en los barrios acomodados había otra Iglesia, pero la que yo viví es la que recuerdo.


Cuando me alejé de la Iglesia me perdí, cometí todos los errores que podía cometer y luego, cuando toqué fondo, volví, y llegue a otro templo, a otra parroquia, a Cristo Resucitado de Maipú, mi nueva comuna, y no tuve que dar explicaciones de mi alejamiento, se me acogió y me sentí acogido.  En ella encontré otros hermanos, amigos, guías, y ya adulto tuve mi reencuentro con Dios, y finalmente me sentí perdonado y amado. 

Lo que encontré fue otra Iglesia, porque también son otras las circunstancias, muchos que durante los tiempos difíciles hoy reniegan de ella, la encuentran conservadora, pechoña, anticuada, pero no fue la Iglesia la que cambió, la defensa de la vida se mantuvo, sólo que hoy se lucha contra otra dictadura.   En esta nueva Iglesia también encontré curas valientes, comprometidos, testigos, que protegían y acogían, que ayudaban, esta vez ya no a esconderse, sino a salir del escondite, a sacar la cara a la calle y mirar el sol y a los hermanos sin ninguna vergüenza.  Valientes, porque para anunciar hoy el Evangelio hay que serlo, porque para ser testigos del amor incondicional de Dios, hay que serlo.  Porque a pesar de los errores de sus hermanos sacerdotes, ellos no se ocultan, dan la cara y piden perdón. 

Encontré la misma Iglesia de hermanos, de familias y de trabajadores.


La Iglesia que yo amo


La Iglesia que yo amo es la Santa Iglesia de todos los días.
La encontré peregrina del tiempo, caminando a mi lado.
La tuya, la mía, la Santa Iglesia de todos los días.
La saludé primero en los ojos de mi padre, penetrados de verdad.
En las manos de mi madre, hacedoras de la ternura universal.
No hacía ruido, no gritaba, era la biblia de velador,
Y el rosario y el tibio cabeceo del Ave María.


La iglesia que yo amo, la Santa Iglesia de todos los días.
Antes de estudiarla en el catecismo,
me bañó en la pila del bautismo, en la vieja parroquia Santa Ana.
Antes de conocerla ya era mía, la Santa Iglesia de todos los días.
Era la iglesia de mis padres y la iglesia de la cocinera.
La Rosenda lloraba las cebollas, rezando el Padre Nuestro iba a misa la María,
Me llevaba de su mano a la Iglesia Santa de todos los días.
En la aventura del mundo que crecía, con Pablo y con Pedro y Teresita,
La Iglesia Santa de todos los días.


Jesucristo, el Evangelio, el pan, la eucaristía, el Cuerpo de Cristo humilde cada día.
Con rostros de pobres y rostros de hombres y mujeres,
que cantaban, que luchaban, que sufrían.
La Santa Iglesia de todos los días.


A los 10 años se dice, a los 12 misioneros, a los 13 y los 14,
vitrales increíbles de mil rostros y voces llamadas.
Vino el obispo y el sacerdote, la palabra que oraba y penetra las raíces de la vida.
Juntaba pueblos, despertaba a los dormidos,
Llamaba a la oración añorados perdones de constricción,
Remecida de testigos, la iglesia comunión argüía, incomodaba,
Convidaba a la basta corriente de la paz,
A los riesgos misioneros,
A las selvas del Congo,
Al seguimiento del amigo.


La iglesia del corazón limpio,
La iglesia del camino estrecho,
La bella iglesia de la vida,
La Santa Iglesia de todos los días.


Y el Papa de nuestra fe, en mi corazón joven,
Apretando a la justicia, traduciendo las bienaventuranzas,
abriendo bastos horizontes, prolongando nuevas andanzas
y rostros ignorados y pueblos heridos, de quemantes abandonos,
el Papa de todas las lenguas, de urgentes problemas,
de infinitas confianzas, el Papa de la Iglesia de todos los días
y los mandamientos de su sabiduría.


Y lo que no estaba, ni está , ni estará oficialmente inscrito y reservado,
El pueblo de la iglesia sin fuerza, la iglesia ancha de las 100 mil ventanas
Y el aire del espíritu católico circulando en libres espirales
Y los pobres construyendo catedrales de paja, desperdicio y leño,
Con ojivas de pizarreño y lo mejor de su pobreza.


Escuchen que vienen por las calles la iglesia de las grandes y pequeñas procesiones,
La iglesia heroica de amor, la vieja heroica de amor entre rezos y devociones,
Desde sus andas multicolores, los santos le preguntan sus perdones,
Porque crió los hijos que no eran suyos y rezó por muertos que la humillaron
Y vivió tan pobre sin voto de pobreza y dio la mitad de lo que no tenía.


Va en procesión feliz detrás del anda,
Los santos la miran desde su baranda distinta en su tecnología,
Esta humilde iglesia de todos los días.


Amo a la iglesia de la diversidad, la difícil iglesia de la unidad.
Amo a la iglesia del laico y del cura, de San Francisco y de Santo Tomás,
La iglesia de la noche oscura y la asamblea de la larga paciencia.


Amo a la iglesia abierta a la ciencia, y esta iglesia modesta con olor a tierra,
Construyendo la ciudad justa, con sudores humanos,
Con el credo corto de los apóstoles.


Amo a la iglesia de los padre y los doctores,
De algunos sabio de hoy en día que escriben libros para los hombres y
no se quedan en librerías.


Amo a la iglesia de aquí y ahora,
La iglesia pobre de nuestro continente,
Teñida de sangre, repleta de gente
De pueblos antiguos sin voz y derrotados
Amo a la iglesia de la solidaridad
Que se da la mano en santa igualdad.


Amo a esta iglesia que se acerca a la herida de su Cristo.
La iglesia de Puebla y Medellín, de Dom Elder, de Romero y Luther King,
que vienen de la mano de Moisés, David, Isaías y Exequiel.


Amo a la iglesia que va con su pueblo sin transigir la verdad,
Defiende a los perseguidos y anhela la libertad.


Amo a la iglesia esperanza y memoria,
A la iglesia que camina y a la iglesia de la santa nostalgia,
Sin la cual no tendrían futuro.


Amo a la iglesia del verbo duro y del corazón blando.
Amo a la iglesia del derecho y del perdón.


La iglesia del precepto y de la compasión,
Jurídica y carismática, corporal y espiritual,
Maestra y discípula,
Jerárquica y popular.


Amo a la iglesia de la inferioridad, la pudorosa iglesia de la indecibilidad.
Amo a la iglesia sincera y tartamuda,
A la iglesia enseñante y escuchante,
La iglesia audaz, creadora y valiente,
Y a la santa iglesia convaleciente.


Amo a la iglesia perseguida y clandestina,
Que no vende su alma al dinero omnipotente.
Amo a la iglesia tumultuosa ya la iglesia de surcos milenarios,
Amo a la iglesia testimonial y a la iglesia herida de sus luchas interiores y exteriores.
Amo a la iglesia por conciliar que va de la mano respetablemente de la Santa iglesia tradicional.


Amo a la iglesia de la serena ira,
A la iglesia de Irlanda y Polonia, de Guatemala y de El Salvador,
A la iglesia de los postergados y a la iglesia de la multitud de marginalizados.


No quiero una iglesia de aburrimiento, quiero una iglesia de ciudadanía,
De pobres en su casa, de pueblos en fiesta, de espacios y libertades, quiero ver a mis hermanos aprendiendo y enseñando al mismo tiempo, iglesia de un solo Señor y Maestro
Iglesia de la palabra y de los sacramentos.


Amo a la Iglesia de los Santos y de los pecadores
amo a esta Iglesia ancha y materna
no implantada por decreto,
la Iglesia de los borrachos sin remedio,
de las prostitutas que cierran su negocio el Triduo Santo.


Amo a la Iglesia de lo imposible
la Iglesia de la esperanza a los pies de la mujer,
la Santa Madre María.
Amo a esta Iglesia de la amnistía,
la Santa Iglesia de todos los días.


Amo a la Iglesia de Jesucristo,
construida en firme fundamento,
en ella quiero vivir
hasta el último momento.


Amén.